sábado, 28 de septiembre de 2013

No sueltes tu mano

¿Cuántas veces hemos oído la frase de que "hay que querernos a nosotros mismos, si no, nadie lo hará"? Seguramente un millón y, aunque la tenemos grabada en el inconsciente, nada hacemos para volverla una realidad. 

Por lo general, llenamos nuestros días y nuestra vida de promesas de lo que haremos: esta semana sí dejaré de comer de más, ya no fumaré, ya no tomaré refresco, ya no seré floja y me levantaré temprano, seré más positiva, ya no lo llamaré, ya no lo veré, etc, etc, etc... Un "etc" tan largo que nuestra autoestima se va al infinito junto con éste.

Pero la desilusión llega cuando al final del día, o de las semanas, meses y años, nos damos cuenta de que no cumplimos básicamente nada de lo que nos prometimos. Nos saboteamos. Y después de eso, nos empezamos, en el menor de los casos, a recriminar, a reprochar nuestra falta de voluntad, y, en el peor escenario, nos comenzamos a odiar y a deprimir.

Y esto se agrava, ¿sí o no?, cuando nos enteramos de que nuestro familiar, amigo, vecino o (¡el colmo!) alguien de la tele sí logró su meta. Pensamos en que cómo ellos sí pudieron y nosotros claudicamos a la primera. 

Ya en esta etapa, si decidimos no comer... agarramos más comida... si decidimos no fumar... nos echamos dos cajetillas, etc. Todo para castigarnos y demostrarnos que en verdad no podemos hacer las cosas. 

Pero es en este preciso momento cuando debemos ser fuertes y mandarnos, literalmente, al diablo... a ese susurro interno que nos dice que no valemos nada, que todo está perdido y que uno es un "loser". 

¡No nos abandonemos tan fácilmente! Claro, ya sé que me van a decir que es bien fácil decirlo, pero cómo se hace, pues, para empezar, cuando estos sentimientos lleguen, no permanezcas solo: descuelga el teléfono y llámale a alguien para comentar cualquier cosa, pon música alegre (la que te guste), abre la puerta y salte a dar una vuelta, abraza a tu perro o ve fotos de las épocas donde te sentías feliz... y en ese momento trata de perdonarte, de darte cuenta de que sólo te estás queriendo sabotear, porque es más fácil decir "no puedo", porque es más fácil que los demás te levanten.

Ten fuerza, piensa en las cosas que sí has obtenido y date una segunda oportunidad para volver a lograrlo. 

Seguro esta vez, si tienes en mente que el enemigo a vencer eres tú mismo, saldrás victorioso. No pienses en qué vas a hacer si fracasas, sólo céntrate en qué harás para festejar tu mayor triunfo: no abandonarte.


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